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La visita del papa a México, invitación de Francisco a no "permanecer caídos" El papa Francisco asiste a una reunión con organizaciones de trabajadores y representantes de cámaras y gremios empresariales hoy, martes 16 de febrero de 2016, en el colegio de bachilleres del estado de Chihuahua, en Ciudad Juárez (México).

La visita del papa a México, invitación de Francisco a no “permanecer caídos”.

México, 17 feb (EFE).- “No se permitan permanecer caídos, nunca”, dijo el papa Francisco a los jóvenes en una de sus jornadas de su viaje a México; una frase que sintetiza el mensaje que transmitió al país, donde, con una fuerte dosis de esperanza, cargó contra la “resignación” ante la “cultura del descarte”.
El pontífice no acudirá “como una interferencia en la vida política”, “no viene con las soluciones hechas”, advertía el nuncio apostólico, Christophe Pierre, semanas antes de la visita, para calmar el anhelo de respuestas de un país ensombrecido por importantes problemas sociales.
Aún así, Francisco, quien regresó esta noche al Vaticano tras seis días en México, señaló sin rodeos las heridas abiertas del país, las marcas de la pobreza, el narcotráfico, la violencia y la migración, sin tibiezas pero abriendo una ventana al cambio con la promesa de la “misericordia”.
Lo hizo desde su primera jornada de trabajo, celebrada el pasado sábado, cuando le dijo a las autoridades mexicanas que “la búsqueda de los privilegios conduce a la corrupción, el narcotráfico y la violencia” y advirtió a los obispos que no minusvalorasen “el desafío” que representa el narcotráfico, una “metástasis que devora”.
En el país de los 27.000 desaparecidos, en el que la impunidad en los crímenes alcanza cifras alarmantes y la corrupción de las instituciones se asemeja a un mal endémico, el papa pronunció unos marcados discursos inconformistas.
“Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino”, alertó frente a religiosos en Morelia (Michoacán).
Se refirió en sus intervenciones a los “excluidos”, las víctimas de la “cultura del descarte”, llamando a proceder a la inclusión en vez de esconderse en los “silencios y omisiones”.
La pobreza es el “caldo de cultivo” para caer en “el círculo de narcotráfico y violencia”, recordó en Ciudad Juárez, donde también añadió que “no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México”.
Simbólicos fueron los gestos que ofreció el pontífice a lo largo de estos días, como la visita a un hospital infantil de la capital, su encuentro con presos de Ciudad Juárez o su acercamiento, en la misma ciudad, a la frontera entre México y Estados Unidos.
Destacó la colorida jornada que vivió en el sureño estado de Chiapas, donde pidió “perdón” a las comunidades indígenas y visitó la tumba de Samuel Ruiz, quien durante cuatro décadas fue obispo de Cristóbal de las Casas y defensor de estos pueblos.
Allí, en el estado donde se concentra cerca del 75 % de las comunidades indígenas del país, “tatic” (padre) Francisco, como le llamaron en lengua tzotzil, subrayó cómo los pueblos originarios “han sido mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban”.
El papa tuvo tiempo en su viaje para abogar por la “debilitada” y “cuestionada” institución de la familia en el encuentro de Tuxtla Gutiérrez (Chiapas), donde dijo que prefería a las familias de “rostro arrugado”, frente a una “sociedad enferma por el encierro y la comodidad del miedo a amar”.
También para acercarse a los niños y jóvenes mexicanos, a quien les alentó diciendo que son “la riqueza” del país y les animó a vivir “sin el carro (coche), sin la plata, pero con la frente alta”.
“Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos”, dijo Jorge Mario Bergoglio a los entusiastas jóvenes de Michoacán, a quienes invitó a ofrecer la mano a todos aquellos amigos que hayan “caído”, eso sí, “con dignidad”.
En el segundo país con mayor número de católicos y en el que aún se respira la devoción por Juan Pablo II una década después de su muerte, el primer papa latinoamericano hizo ver en numerosas ocasiones que comparte con el pueblo mexicano la pasión por la Virgen Morena.
Frente a las 35.000 personas que acudieron a su misa en la Basílica de Guadalupe, se sentó en una silla vuelta al público, para guardar unos momentos de silencio con ellos contemplando la imagen de la Virgen. Más tarde, en la intimidad, se encerró en el “camarín” del templo para rezar a la “Morenita”.
Al día siguiente, en la misa multitudinaria que se desarrolló en el municipio de Ecatepec (Estado de México), el papa despertó el entusiasmo de las 300.000 personas allí congregadas cuando exclamó “esta tierra tiene sabor guadalupano”, en una jornada en la que volvió a cargar contra los comportamientos que hacen “una sociedad de pocos y para unos pocos”.
Allí, Francisco pidió crear “una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.
En Ciudad Juárez el papa subió al avión que le llevará de regreso al Vaticano, tras una misa en la que, haciendo un guiño al escritor Octavio Paz, dedicó unas últimas palabras de fuerza a los mexicanos.
“La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza”, defendió el pontífice, añadiendo que los niños que ha podido ver por las calles estos días son “profetas del mañana, signo de un nuevo amanecer”.
“Siempre”, aseveró Francisco, “hay posibilidad de cambio”.