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La iglesia Oura de Nagasaki, convertida en Patrimonio de la Humanidad en 2018, es el símbolo del renacimiento del cristianismo en Japón, un lugar de visita obligada para conocer la historia de los "cristianos ocultos", que acudieron allí a revelar su fe y poner fin a más de 250 años de clandestinidad.

La iglesia Oura, el símbolo del renacimiento del cristianismo en Japón

La iglesia Oura de Nagasaki, convertida en Patrimonio de la Humanidad en 2018, es el símbolo del renacimiento del cristianismo en Japón, un lugar de visita obligada para conocer la historia de los “cristianos ocultos”, que acudieron allí a revelar su fe y poner fin a más de 250 años de clandestinidad.
Considerada una de las más antiguas de Japón, Oura forma parte de los 12 “Lugares de cristianos ocultos en la región de Nagasaki” del listado de la Unesco, que incluyen varios templos de la región, entre ellos en las remotas islas Goto, y un antiguo asentamiento de esta comunidad en la vecina provincia de Kumamoto.
La iglesia fue construida en 1864 por el misionero francés Bernard-Thadée Petitjean (1829-1884), poco después de que el puerto de Nagasaki fuera reabierto al exterior junto con las fronteras de Japón tras más de dos siglos de aislamiento.
Con el veto impuesto en 1614 al cristianismo en el país asiático entonces vigente y la presunción de que la comunidad cristiana nipona había desaparecido tras la brutal persecución sufrida en el siglo XVII, el templo estaba destinado al creciente número de creyentes extranjeros que residía en la ciudad del sudoeste japonés.
Menos de un mes después de la ceremonia de consagración se produjo un acontecimiento sorprendente. El 17 de marzo de 1865 un grupo de campesinos de Urakami, un área del oeste de Nagasaki donde los cristianos practicaron su religión en secreto mientras simulaban ejercer credos autóctonos, fue a la iglesia y reveló su fe.
La primera en hablar fue Isabelina Yuri Sugimoto y la escena del acontecimiento, al que se ha denominado el “descubrimiento de los cristianos ocultos”, fue inmortalizada en un mural que todavía hoy puede verse en el jardín en el camino a la entrada de la iglesia.
La revelación llevó a las autoridades japonesas a retomar la represión contra los creyentes hasta que las críticas de los países occidentales condujeran al levantamiento de la prohibición en 1873.
Con la reintroducción del cristianismo en Japón algunos “kakure kirishitan” (cristianos ocultos) volvieron a unirse a la Iglesia y los cristianos representan hoy menos del 1 % de la población.
Otros no reconocieron al catolicismo como la fe original de sus ancestros. Siglos de ocultación y aislamiento habían transformado su religión en un culto totalmente diferente.
Muestra de ello son algunas de las reliquias que guarda el museo aledaño a la concatedral, situado en un antiguo seminario de 1875.
Cuando los cristianos japoneses quedaron sin pastor, torturados y asesinados al negarse a renunciar a la fe cristiana, crearon sus propias autoridades y escondieron sus imágenes de devoción.
El museo recoge varias estatuas de la Virgen María retratada como Kannon, la representación budista de la misericordia, con las que los “cristianos ocultos” querían “evitar ser descubiertos”, o los báculos que los líderes religiosos debían portar en las ceremonias, explica la conservadora del centro, Minako Uchijima.
Multitud de crucifijos cuyo significado era en muchos casos desconocido por estos devotos se han encontrado en antiguos asentamientos, de los que se cree que pudieron existir más de 200.
“La gente que mantuvo la fe como sus antepasados se alegró cuando quitaron la prohibición del cristianismo y también lo están ahora tras la designación como patrimonio, porque reconoce el valor de lo que han venido guardando”, dice en declaraciones a Efe Uchijima.
Las estancias de la galería documentan también la persecución de este colectivo acometida por los shogunes, la dinastía de caudillos militares que gobernaron el país asiático entre 1603 y 1868.
Toda Nagasaki fue obligada a someterse al “efumi”, una práctica que obligaba a pisar una imagen de la Virgen o Jesús, y a la que algunos creyentes se sometieron para no perder la vida. Se cree que alrededor de 5.500 cristianos fueron asesinados en aquel entonces.
Uno de los capítulos más recordados es la crucifixión en febrero de 1597 de 26 mártires en una colina de Nagasakie, entre ellos cuatro misioneros españoles, uno portugués y uno mexicano. En el altar de la iglesia Oura cuelga un lienzo que recuerda el episodio.
El deseo del padre Petitjean fue construir el templo en ese sitio, pero las autoridades no lo permitieron. En su lugar escogió su ubicación actual y orientó la iglesia mirando hacia la colina.
María Roldán